No saldremos de la crisis de la contaminación por plásticos recurriendo únicamente al reciclaje: necesitamos una transformación sistémica para lograr la transición a una economía circular
La problemática de la contaminación por plásticos se ha convertido en un desafío global. Desde 1950 hasta 2017, cerca de 7.000 millones de las 9.200 millones de toneladas de plástico producidas terminaron como residuos, ya sea en vertederos o desechados inadecuadamente.
Esta forma de contaminación tiene el potencial de alterar hábitats y procesos naturales, lo que a su vez disminuye la capacidad de los ecosistemas para adaptarse al cambio climático. Como resultado, se ven afectados directamente los medios de vida de millones de personas, así como su capacidad para producir alimentos y su bienestar social.
Los estudios realizados por el PNUMA evidencian que la contaminación por plásticos no es un problema aislado. Es fundamental evaluar los riesgos ambientales, sociales, económicos y sanitarios asociados con los plásticos en conjunto con otros factores estresantes del medio ambiente, tales como el cambio climático, la degradación de ecosistemas y el uso insostenible de recursos.
Los microplásticos y nano plásticos (MNP) pueden desprenderse de cientos de objetos, como bolsas, botellas de gaseosas o recipientes de telgopor/poliespan, etc, que se van quebrando en pedazos cada más pequeños hasta acumularse en el ambiente.
La ciencia viene estudiando sus efectos en los océanos desde la década de 1970. Los primeros hallazgos de MNP se dieron en los animales marinos. En esa etapa se comprobó que los absorben a través del agua o al comer peces contaminados. Más adelante, también se los encontró en los tejidos de otros animales como cerdos, vacas y pollos.
Pero su avance no terminó allí porque estos micro contaminantes se hallaron en el aire. En especial, en los espacios interiores donde quedan liberadas partículas de los plásticos de la ropa, los muebles y los productos del hogar que son inhaladas y viajan por nuestro cuerpo para almacenarse en distintos órganos (pulmones, placentas, vasos sanguíneos y huesos).
En conclusión, ningún ser vivo ni ecosistema de nuestro planeta ha quedado sin ser “tocado” por la marea plástica y todos, de alguna manera, pagamos con nuestra salud las consecuencias.
Es por esto que debemos seguir luchando para lograr el Tratado Mundial sobre los Plásticos, que se convierta en un instrumento internacional jurídicamente vinculante que permita abordar el ciclo de vida completo de los plásticos para romper esta dependencia excesiva que está ahogando al mundo entero.