Ligia Portalatín de Moreno, orgullosa de llevar el apellido de su marido, tenía muy claro su rol como mujer, esposa y madre. Sabía conjugar la sabiduría con la humildad y poseía el don de escuchar con empatía.
Desde muy joven fue maestra de escuela, y aún sus alumnos la recuerdan con cariño. Se casó por lo civil primero para poder trabajar con su esposo, quien, además de ser emprendedor, era político y antitrujillista. Durante ese tiempo, ella administraba los negocios familiares, que incluían una librería, una representación de La Curacao y una fábrica de helados con cafetería. Sin embargo, el régimen trujillista devastó estos emprendimientos.
Antes de esta crisis, habían establecido una cafetería al lado de su casa, a la que llamaban "el negocio de su viudez". Ligia la atendió durante los dos años y medio en los que su esposo estuvo exiliado. A pesar de que la mayoría de sus clientes eran calieses, ella se entregó a su trabajo con entereza.
Tuvo su cuarto hijo mientras su esposo estaba en el exilio. Ya con tres hijos que dependían de ella, mantuvo a la familia con la cafetería, a pesar del miedo que tenía la gente de acudir al negocio. Cuando mataron a Trujillo, Ligia viajó a Nueva York para reencontrarse con su esposo, enfrentándose a las dificultades que sufren los emigrantes sin un hogar.
En 1962, al regresar al país, su esposo se postuló para la presidencia de la República, llevando como compañera de fórmula a Josefina Padilla viuda Sánchez. Ligia fue clave en esta etapa, siendo crítica de los discursos, orientando y corrigiendo a su esposo. Tras no ganar las elecciones, enfrentaron nuevas crisis económicas, por lo que Ligia decidió hacer dulces y venderlos de casa en casa. Sin que su esposo lo supiera, también le buscó empleo, logrando que diera clases en la universidad, lo que ayudó a la manutención de la familia.
Mientras él trabajaba como profesor, ella seguía con la producción de dulces en almíbar, lo que les permitió comprar su primera casa en Los Prados. Alfonso soñaba con poner una fábrica de helados junto con un socio que conoció en Venezuela. Sin embargo, tras el estallido de la Revolución de Abril, este desistió y se devolvió.
Ligia siempre fue el pilar de su familia para que su esposo pudiera desarrollarse en la política. En 1970, él volvió a postularse, pero ella le planteó la necesidad de ingresos para mantener a sus cinco hijos, algunos ya en la universidad. Él prometió alejarse un poco de la política, y juntos comenzaron a reconstruir uno de los negocios que el régimen trujillista les había arrebatado: la fábrica de helados.
Así, en 1972, para el Día de las Madres, abrió sus puertas Helados Bon, en la mitad de un salón de belleza. Ligia, junto con Tomasa, manejaba la producción y la administración, desempeñando el rol de las mujeres de su época: trabajando incansablemente, pero sin hacer ruido, y al mismo tiempo ocupándose de todos los detalles del hogar y la familia.
Trabajó mucho tiempo en la empresa, hasta que dio paso a la nueva generación, aunque siempre estuvo atenta a la calidad y al crecimiento del negocio.
En 1993, sufrió el dolor de perder a su hija menor. A pesar de su tristeza, siempre decía que debía ocuparse de los cuatro hijos que le quedaban. En 1997, enviudó, lo que marcó un giro en su vida. Sin embargo, con resiliencia, supo enfrentar su destino y encontrar formas de hacer feliz a su familia.
En 2018, falleció rodeada de amor, dejando un legado de fortaleza, dedicación y amor por su país y su gente.
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