Hace cinco años, el mundo dio un giro inesperado. De un día para otro, los abrazos se convirtieron en un riesgo, los besos en un recuerdo lejano y las reuniones en espacios llenos de silencio. La pandemia nos arrebató las costumbres más íntimas y transformó nuestra manera de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos.
De repente, el contacto humano se redujo a palabras en pantallas y emojis en mensajes de texto. Las videollamadas se convirtieron en nuestro único puente hacia quienes amamos, mientras el “te extraño” reemplazaba al “te veo mañana”. El calor de un abrazo fue sustituido por el frío brillo de una pantalla, y el lenguaje del afecto tuvo que reinventarse.
Cada vez nos sentíamos más angustiados al escuchar las noticias del fallecimiento de amigos y seres queridos que desaparecían, sin siquiera poder decirles adiós.
En este contexto, la tecnología adquirió un papel protagónico. Herramientas como Zoom y WhatsApp dejaron de ser opcionales y se convirtieron en esenciales para trabajar, aprender y, sobre todo, mantener la conexión emocional con nuestros seres queridos. Sin embargo, la digitalización también trajo consigo retos: la fatiga por las pantallas y la sensación de que, aunque estábamos conectados, nos sentíamos solos.
El aislamiento prolongado y la incertidumbre dejaron huellas profundas. Muchas personas experimentaron ansiedad, depresión o soledad. Sin embargo, también aprendimos la importancia del autocuidado y de buscar apoyo cuando lo necesitábamos. La pandemia nos obligó a mirar hacia adentro y reevaluar nuestras prioridades, valores y relaciones.
Hoy, cinco años después, vivimos en un mundo diferente. Los abrazos han regresado, pero su significado es más profundo. Valoramos más la cercanía y las pequeñas cosas que antes dábamos por sentado. Hemos aprendido que, aunque separados físicamente, podemos mantenernos unidos en espíritu.
La pandemia nos dejó cicatrices, pero también valiosas lecciones. ¿Estamos mejor preparados para el futuro? Tal vez la pregunta no sea si estamos listos, sino si entendemos lo frágil y precioso que es todo aquello que damos por sentado.
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