En 1967, Imbert fue pionero en la modernización de la iglesia católica en República Dominicana, albergando una convivencia juvenil inspirada por el Concilio Vaticano II. El evento promovió derechos humanos y solidaridad, destacando la influencia del padre Vinicio Disla y la participación activa de jóvenes como Jaime Fernández Mirabal.