Jueves 07 de noviembre de 2013
Una de las mayores preocupaciones que tenían los venezolanos cuando
Chávez comenzó a gobernar era la de que Venezuela se convirtiese en una segunda Cuba. Era un tema que
estaba siempre latente, que los opositores
veían como el final de una película ya
conocida, que más tarde o más temprano llegaría, mientras que los partidarios y seguidores del chavismo no querían aceptar o que simplemente
negaban porque les parecía inverosímil. Y no nos referimos solamente a la presencia de
asesores cubanos en sectores como salud, agricultura, electricidad,
inteligencia y seguridad. La hermandad con
Cuba busca igualamiento del modelo. Nos
referimos al modelo de control político que ha venido utilizando con éxito, durante más de medio siglo, el régimen cubano
sobre la población, con el único propósito de mantenerse en el poder. Si los soviéticos lo pudieron hacer en un país tan vasto, que sobrepasaba en
territorio y población a la Rusia actual, después de la experiencia cubana, repetirla en Venezuela no debe ser
tan difícil.
Durante más de una década, ya decidida su afinidad con el socialismo
cubano, el gobierno de Chávez vino
cocinando a fuego lento, sin necesidad de meter el acelerador a fondo, a la
sociedad venezolana en su propia salsa,
con la receta que le dieron en La Habana, sin casi percatarnos; o lo que es
peor, con la misma conciencia del sapito que se estaba bañando en una olla de
agua tibia, sin darse cuenta, hasta que se quemó, de que el agua estaba
hirviendo.
A los venezolanos actuales
les ocurre lo mismo que a aquellos
jabalíes que merodeaban libres por el campo buscando bellotas y
castañas, cuando de repente, un día
apareció frente a ellos una empalizada
cerca de la cual había mucha comida;
poco tiempo después vieron otra pegada a la anterior, con la cual formaba un
ángulo de noventa grados, no se preocuparon mucho pues había muchos frutos
secos entra las dos y cuando querían comer del otro lado simplemente le daban
la vuelta. Un día se despertaron con una tercera valla que con las otras dos
conformaban una especie de callejón en forma de U, pero como seguía habiendo
comida fácil y nada les impedía utilizar la única abertura que había, siguieron
entrando y saliendo como si nada, hasta que acostumbrados a aquella situación
cuando en una oportunidad se les ocurrió salir se encontraron con que ya
no había chance, pues una cuarta cerca
les tapaba la salida.
Quien puede negar que en los últimos catorce años, nos han venido
poniendo muros, tapias y barreras de todo tipo y que, ahora mismo, con Maduro, el agua de la cacerola está a punto de
ebullición. Recordemos, tan solo, como se ha venido desarrollando, poco a poco,
en todo este tiempo, el tema de la prohibición del dólar libre, que ya hoye en
día, afecta todos los demás asuntos de importancia humana, al imponerle
limitaciones a la gente, que tocan no solo su libertad económica, sino también
su libertad como personas, ambas contempladas en la Constitución de 1999. O
pensemos, en todos los días, meses y años que los venezolanos hemos empleado en hablar, en
la calle y en reuniones sociales, del
tema de las restricciones a la propiedad privada, el cual fue además propuesta
medular de una reforma constitucional
que Chávez llevó a las urnas dos
veces; o a discutir sobre si vendría o no una tarjeta de racionamiento similar
a la de la isla caribeña, instrumento de control social que ya se trató de implementar, hace poco, de manera electrónica
en estados fronterizos para la gasolina y artículos de primera necesidad.
Pero, en ambos casos lo que
tenemos que ver, es que al final, más allá de las intentonas frustradas o
habladurías de la gente, la enmienda
constitucional fue implantada y el racionamiento sin tarjeta, ya alcanza prácticamente
a todos los aspectos de nuestras necesidades diarias; hasta el punto que la
venta de pasajes aéreos internacionales,
queda también restringida a partir de enero próximo, según fue anunciado recientemente
por la asociación de líneas aéreas, lo que bien pudiera constituirse en la
cuarta tabla o última baldosa que nos
cierre la única salida que quedaba y nos convierta, definitivamente, en una
isla dentro de un continente.
La escasez y el racionamiento son, aunque nos cueste entenderlo, una
realidad inevitable en la Venezuela
actual del gobierno de Maduro. Como resulta igualmente inevitable, que la
felicidad se convierta en un asunto ministerial, burocrático, o que el olvidado espíritu de la Navidad se traté de
instaurar por decreto.
xlmlf1@gmail.com
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