Mirarse el codo resulta una distracción incomparable, de fácil alcance. Algunos preferirán ir al cine, mirar televisión, jugar tenis (cada quien propondrá su lista), pero mirarse la articulación del antebrazo y el brazo, constituye una diversión practicable en cualquier momento, circunstancia o lugar. Sea día de sol, sea día de lluvia, de pie o sentado, en su casa, en otro lugar, -en la calle atraerá la atención- puede entretenerse con solo convertir al codo en punto de mira. Habitualmente suele ser punto de apoyo, o instrumento útil para acaso asestar codazos. Y si su uso inhabitual como centro de recreación puede asombrarle, tenga en cuenta que el más sorprendido será el codo mismo.
De todas maneras, empecemos.
Así pues, despegue el antebrazo de su brazo hasta que ambos formen una línea recta delante de Ud., paralela al piso, y aplíquele a ésta una vuelta de 180°, hacia abajo o hacia arriba, como guste, en dirección de la espalda. ¿Ya está? Ahora voltee la cabeza hacia allá.
En el extremo de su antebrazo, verá la mano inactiva, y divisará el codo; lo distinguirá apenas. ¿Cómo lo ve? Engurruñado, ¿verdad? No es extraño.
_Perdone, Señor Codo —puede decirle.
Voltee su cabeza hacia delante, descanse su brazo y su antebrazo, y deje al susodicho tranquilo. Si lo desea, poco después u otro día, empiece de nuevo desde el principio. Tal vez logre que abandone su cara de pocos amigos. Por el momento estará extrañado. Acostumbrar a un codo a que lo miren, sin duda, necesita tiempo.