El dolor lo impregna todo en el entorno de la discoteca Jet Set en Santo Domingo, un dolor que comparten los familiares de las personas sobre las que en la madrugada del martes se desplomó el techo del local -con el balance provisional de 184 muertos.
Santo Domingo.- Cientos de personas, entre allegados de las víctimas, prensa y voluntarios, se arremolinan en el perímetro que rodea el edificio, mientras la Policía Nacional forma una barrera impidiendo el paso a fin de que bomberos, sanitarios, todos los servicios de socorro, puedan llevar a cabo tareas de búsqueda y desescombro.
Dos grandes grúas y maquinaria pesada presiden la escena rodeando la conocida discoteca, con capacidad para al menos mil personas y que no se sabe aún cuántas podía albergar en su interior la noche del accidente, cuando disfrutaban de una fiesta amenizada por el merenguero también fallecido Rubby Pérez.
A la espera de noticias
La familia Severo Cruz espera noticias de dos sobrinas de las que no se sabe nada desde el día del accidente. Sí les han comunicado ya, dicen a EFE, que otro sobrino está muerto y ha sido trasladado al Instituto de Patología, donde el padre aguarda a que le entreguen el cuerpo. "Es penoso, la tragedia es muy grande", afirman estos familiares, que aún no han perdido del todo la esperanza de encontrar vivas a las jóvenes, aunque la confianza empieza a flaquear.
Están apostados muy cerca de la carpa marrón en la que, fuera de la vista de los presentes, son introducidos los cadáveres que se van recuperando. De allí pasan directamente a una furgoneta del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif) para su traslado, identificación y las prácticas forenses necesarias.
Justo enfrente una madre da el pecho a su bebé, junto a decenas de personas sentadas en el césped de la mediana que divide la calle Independencia en dos, todas o la gran mayoría a la espera de noticias.
Es también lo que aguarda Odalís Pérez acerca del hijo de su esposo ("para mí es mi hijo", afirma), un trabajador de seguridad de la discoteca del que no sabe nada desde hace más de 36 horas, pero que, declara llorando, "espero que esté bien".
No ocultan tampoco las lágrimas dos miembros de los servicios de emergencia 911 porque "esto es muy difícil, se pone una en la piel de los demás", cuenta una de ellas, mientras su compañera afirma, impotente: "Nuestro trabajo es intentar salvar vidas y no podemos".
A pocos metros, unas mujeres se abrazan llorando: "¡Mi sobrina tan bella!. Maldita la hora de esa discoteca del diablo". Y muy cerca un militar en estos momentos fuera de servicio habla de que hay víctimas mortales de varias nacionalidades y explica a EFE que aún quedaría por desescombrar y buscar desaparecidos en prácticamente la mitad del recinto, donde estaba la zona VIP.
Ayuda en todos los rincones
Toda ayuda es bien recibida y proliferan los voluntarios y las personas que reparten comida y bebida, necesaria ante el fuerte calor que reina hoy en Santo Domingo.
Bien sabe de la importancia de apoyar a los familiares el padre Manuel Ruiz, quien junto a otro sacerdote católico intenta reconfortar de alguna forma a los que sufren y asegura que seguirán haciéndolo todo el tiempo, como corresponde a la iglesia.
Los dos curas están en la misma carpa que los psicólogos que prestan una primera asistencia a quienes esperan informaciones o a quienes ya han recibido malas noticias.
También en ese espacio miembros de la Cruz Roja Dominicana tienen los listados de posibles desaparecidos, heridos trasladados a hospitales o personas fallecidas ya en la morgue.
Hoy en Santo Domingo hay menos ruido del habitual, "la gente toca menos las bocinas de los coches" y es que "todo el mundo está como decaído", dice Juan, un taxista acerca de una ciudad que hoy amaneció con muchas nubes y lloviznado. "Es como si el sol -añade- no quisiera brillar".