miércoles 16 de octubre de 2013, 18:44h
Lo mejor que puede pasarle a Colombia es mantener a Venezuela a distancia de sus gestiones de pacificación con las FARC. Álvaro Uribe lo entendió en su momento y el sagaz Juan Manuel Santos lo va a entender, pero a fuerza de recibir golpes.
El "mandado" lo hizo completo Hugo Chávez
cuando él sí se convirtió en una pieza instrumental para que las
conversaciones de paz se desarrollaran en La Habana, algo que a la
insurgencia de las FARC no le inspiraba sino reticencia. El "comandante
eterno" logró juntar los dos extremos de la cuerda: el gobierno de los
Castro que aspiraba desesperadamente a reconocimiento internacional y el
gobierno de los terroristas que estaba agotado por los ataques
militares y deseosos de pasar a otra etapa más humana para ellos. La
isla cubana no era de su agrado ya que no encontraban el ambiente de
seguridad que requerían para salir de las selvas de Colombia. Hasta allí
fue útil la participación de Venezuela como facilitador y convencer a
las FARC le valió el agradecimiento infinito de su mejor amigo, el
Presidente de Colombia. ¿Se imaginaría el cachaco mandatario el costo
que ello tendría a la larga para su país? Hoy, en medio de la trifulca
que han armado solitos los revolucionarios por la "osadía" del
presidente neogranadino de recibir al opositor Capriles, han tenido la
idea genial de chantajear a Juan Manuel Santos con la
aterrorizante amenaza de sustraerse del proceso de paz, como que sin la
presencia de Venezuela el diálogo de La Habana fuera a colapsar como un
castillo de naipes.
Menudo desparpajo y tamaña ignorancia la de
nuestros gobernantes de no percatarse de que Venezuela puede
desaparecerse y los dialogantes de la paz ni cuenta se darán de que
Chaderton tomó las de Villadiego.
El otro chantaje es el del
comercio bilateral. Creer que Colombia no puede sobrevivir sin las
compras venezolanas denota una ignorancia supina sobre la inteligente
manera en que los vecinos, desde que Venezuela detuvo sus importaciones
de más allá del Arauca, han armado un tinglado de relaciones externas
dentro de las cuales las importaciones venezolanas agregan alguito, pero
no son determinantes hoy. Somos nosotros, venezolanos, en realidad,
quienes vamos a sudar la gota gorda tratando de proveer los anaqueles de
los abastos y supermercados con productos caros de Argentina, Bolivia,
Nicaragua, Uruguay, Siria, Irán, o de Estados Unidos, siendo que los
suplidores colombianos, a más de baratos, son veloces y conocedores de
los intríngulis de la distribución en este difícil y maula mercado
venezolano y son de los poquísimos que aún están dispuestos a vendernos
fiado.
Torpeza por todos lados es lo que hemos visto en estos
últimos tres días de impasse colombo-venezolano. Un manejo diplomático
desastroso, unas pasiones desmedidas y un lenguaje propio de gente de
baja ralea.
Cuesta tanto armar buenas relaciones, que uno no
puede menos que deplorar este pisoteo deliberado de una binacionalidad
que sólo puede y nos ha traído cosas buenas. Como en todo, algo se
entresaca de positivo de este triste episodio y es que la revolución ha
mostrado al mundo su cara menos bonita, la real: la que criminaliza la
disidencia, la que irrespeta al vecino, la que miente sobre un gobierno
amigo, la que inventa atentados inexistentes, la que destroza al
adversario, la del inmoral chantaje....
Estoy por creer que Juan
Manuel Santos es bastante más zamarro de lo que le atribuimos y tenía
claro que, recibiendo a Henrique Capriles en el Palacio de Nariño,
calladamente y sin estridencias, destaparía ante el todo el vecindario
latinoamericano, el verdadero tenor de la revolución que nos gobierna.