Cuando era más joven de lo que soy ahora (ja), creía que
podía llevarme el mundo por delante. Creía que podía tragarme de un bocado
cualquier asunto que encontrara en el camino. Me asombraba, orgulloso, de mis "inmensos" talentos.
Kronos (dios del tiempo y devorador de sus hijos; es decir:
nosotros) convertido en espejo me ha enseñado que como humano apenas soy una
insignificante partícula en todo el universo. Por eso concluyo que toda vanidad
es fútil.
Nací y me he desarrollado en la
República Dominicana, casi siempre. Soy escritor y artista supuestamente
conocido. Sin embargo, estoy convencido de que mucho más de la mitad de mis
conciudadanos ni se imagina que existo, que más de un noventa por ciento ni me
ha leído, mucho menos habrá visto una de mis obras.
A finales del año pasado, como
imagino saben, viaje a España a
presenciar el estreno mundial de mi obra "El diablo ya no
vive aquí". Varias insufribles horas hube de esperar en el aeropuerto de Madrid. Ya en Barcelona, acabadito de llegar, fui a
caminar con una amiga por Las Ramblas.
En ambos lugares me pasaron por el lado miles de personas. Ninguna sabía quién
yo era. ¡Ni me miraron!
Sabedor de que casi estoy perdido en el Cosmos... ¿para qué carajo me sirve
la vanidad?
En una ocasión preguntaron a Albert Camus si él
sentía algo de celo o envidia por Sartre. A
lo que Camusrespondió: ¿Celo de alguien que apenas es un ser
humano?
Entonces... ¿orgulloso de qué, yo que sólo soy un muy limitado ser humano,
alguien que todos los día da un paso firme hacia la parca?
Me interrumpo porque debo
prepararme para preparar a mis hijas unos espaguetis "nero di sepia". Además, me acaba de llamar la teatrista y amiga Germana
Quintana para informarme que me toca a mí ir al Teatro las Máscaras para tirar, esta semana,
el imprescindible... ¡Telón!