Para
De Beauvoir todo se construye, incluida la felicidad y, por supuesto, la
identidad personal.
|
La escritora francesa Simone de Beauvoir, una de las más destacadas representantes del existencialismo literario de postguerra. |
Simone de Beauvoir, la filósofa libertaria de mujeres y de hombres
Por EFE
jueves 01 de agosto de 2013, 01:45h
Huyó
del matrimonio, vivió su bisexualidad y renunció a la maternidad, incompatible
a su juicio con su vocación de escribir, que le exigía mucho tiempo y libertad.
Se centró plenamente en edificar una vida y una obra consecuente con sus ideas
con un rigor y una exigencia que extrapoló a todos los ámbitos de su
existencia.
Se cumplen 70 años de la publicación de
"La invitada", el debut literario de Simone de Beauvoir, la filósofa
francesa que con su consigna "no se nace mujer, se llega a serlo",
esgrimida en "El segundo sexo" hizo una aportación clave al feminismo
y cambió el pensamiento occidental.
"Lo
que las mujeres deben a Simone de Beauvoir es inconmensurable", afirma,
tajante, la profesora universitaria, periodista y escritora francesa Danièlle
Sallenave en "Castor de guerre", una biografía editada en español por
Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores con el título "Simone de Beauvoir,
contra todo y contra todos", dentro de su serie "Voces libres".
Y
añade Sallenave: "Y no solo las mujeres; los hombres también", pues
"la liberación de las mujeres es una condición 'sine qua non' para la
liberación de los hombres".
Considerada una de sus mejores obras, "La
invitada" (1943) plasma el triángulo amoroso entre Simone de Beauvoir
(París, 1908-1986) y Jean Paul Sartre (París, 1905-1980) con una joven que
fascinaba a ambos, y le sirve para cuestionar el modelo burgués de pareja y de
familia, así como explorar los dilemas existencialistas de la libertad, la
acción y la responsabilidad individual.
Asuntos que retoma también en sus
siguientes novelas como "La sangre de los otros" (1944) o "Los
mandarines" (1954), por la que logró el Premio Goncourt y en la que cuenta
la historia de unos intelectuales lanzados, como ella, a la vorágine de la
Liberación. La puesta de largo de Beauvoir en el mundo de las letras con
"La invitada" fue autobiográfica, una constante que marcará sus
novelas, ensayos, memorias y diarios, como su abundante correspondencia con su
compañero, el también filósofo existencialista francés Jean-Paul Sartre y con
el escritor estadounidense Nelson Algren, su amor transatlántico.
De Beauvoir
escribe sobre sí misma a fin de comprenderse y de constituirse, según su
biógrafa, quien subraya en esta destacada intelectual francesa una actitud de
combate permanente, fruto de la época de poderosos antagonismos que vivió: la
Guerra Fría. Y es que para la autora de ensayos tan influyentes como "El
segundo sexo" (1949) o "La vejez" (1970) la vida es un largo
combate por el que se llega a ser uno mismo, esa es la tarea más elevada e
ineludible de todo ser humano.
Para De Beauvoir todo se construye, incluida la
felicidad y, por supuesto, la identidad personal. Ella abraza una filosofía que
confía a las personas, y solo a ellas, la responsabilidad de labrar sus propios
destinos. En ese sentido De Beauvoir y Sartre, pareja mítica, tienen el
convencimiento, que no cuestionaran jamás, de inventar un modo de vida audaz
cuyo radicalismo está fuera del alcance de la mayoría.
A Sartre se le ocurrió
la idea de firmar con De Beauvoir un contrato de dos años, renovable, durante
los cuales vivirían "en la más estrecha intimidad posible", pero
distinguiendo entre "amor necesario" (el suyo) y "amores
contingentes" (los amantes). Después de esos dos años, cada uno recuperaba
su libertad unos años, antes de volverse a unir, una fórmula no exenta de
sufrimiento, pero era el precio a pagar por tener garantizada la libertad,
según la biógrafa de De Beauvoir.
A sus 50 años, al escribir "La plenitud
de la vida" (1958), puso todo su empeño en demostrar que superaron la
prueba y que a partir de ahí formaron una especie de unidad con dos cabezas. Un
enlace que terminó con la muerte de él en 1980 (ella fallecería seis años más
tarde) y que superó los vaivenes emocionales de nuevos tríos amorosos, siempre
con jovencitas, y de amantes más o menos estables en la vida de ambos: el
escritor Nelson Algren y un joven Claude Lanzmann, director de cine
("Shoah") y periodista francés, en el caso de ella.
Su gran osadía
fue cuestionar la "feminidad", elevarla a la categoría de mito, de
algo fabricado. Así se ganó la inmortalidad. Con "El segundo sexo"
todo cambia: confiere unidad y brillo a unas reivindicaciones dispersas y,
sobre todo, les proporciona un sustrato filosófico, una base conceptual.
De
Beauvoir ataca piedra a piedra (antropología, sociología, psicoanálisis,
etnología, literatura e historia) el inmenso edificio sobre el que se asentaba
y justificaba la dominación masculina. La transcendencia de su ensayo es que
milita no solo a favor de los derechos de las mujeres sino del ser humano en
general. Fue su gran obra, aunque ella no lo viese del todo así. "He
logrado -dijo en sus memorias- un gran éxito en mi vida: mi relación con
Sartre". "Es hermoso que nuestras vidas hayan podido estar en armonía
tanto tiempo". Medio siglo.