Los Ángeles (EEUU), 18 feb (EFE).- La 87 edición de los
Óscar echó a rodar hoy simbólicamente con la colocación de la famosa alfombra
roja, un venerado manto que ni es realmente alfombra, ni es propiamente rojo, y
que disfraza el bullicioso bulevar de Hollywood para que sea un decorado de
película, al menos por un día.
Se trata de un trabajo manual, de ensayo y
error, de cinta métrica, rodillo, pegamento y plancha con el que poco a poco se
va cubriendo el pavimento gris de la carretera, cortada al tráfico desde el día
15, y el oscuro y quebrado baldosín del Paseo de la Fama, con el vistoso y
mullido felpudo por el que desfilarán las estrellas del cine.
"Tratamos de ser profesionales y que
todo luzca bien", dijo el veterano instalador de moquetas Rudy Morales,
que por unos minutos dejó de lado su tarea para atender a la prensa venida de
todas partes del mundo y ávida por conocer hasta los detalles más nimios de su
labor, que, por una vez, pasó de secundaria a protagonista.
"No hay secretos, es solo
moqueta", afirmó sereno.
Para Morales, que lleva siete años poniendo
y quitándole la alfombra al señor Óscar, el momento carecía del encanto con el
que los reporteros coloreaban sus crónicas. Era un trabajo más, según sus
palabras, las mismas que denotaban escaso interés por el rimbombante
espectáculo que prepara la Academia de Hollywood.
Sus atenciones a los medios de comunicación
acabaron por costarle una pequeña reprimenda de su jefe, ansioso por finiquitar
la faena en tiempo y forma.
Morales y sus compañeros han dedicado cinco
jornadas a tapizar de granate casi 4.200 metros cuadrados de suelo (45.000 pies
cuadrados), incluido todo lo que el domingo no mostrarán las cámaras de
televisión, porque la alfombra roja cruza el fastuoso umbral del teatro Dolby y
continúa edificio adentro hasta la puerta principal.
La transmisión de los premios oculta
igualmente cualquier referencia al centro comercial en el que está ubicado ese
auditorio, una sorpresa con la que se topan los millones de turistas que cada
año visitan Los Ángeles con la creencia, o la ilusión, de que Hollywood está
todo el año vestido de Óscar.
A los lados de la alfombra en el tramo
atechado, ese que no se ve, hay tiendas de maquillaje, ropa, regalos, una
cafetería y un establecimiento donde comprar productos de Hello Kitty. Más
adelante, una escalera conduce a la segunda planta, donde los multicines
proyectan estos días "Cincuenta sombras de Grey".
En total, la organización acredita a unas
5.000 personas para el montaje de los Óscar, para que el evento tenga ese
glamur que le falta al barrio, para que las guapas del celuloide parezcan más
guapas y los guapos, más apuestos.
Se cuida hasta el mínimo detalle y en esta
ocasión nuevamente preocupa la lluvia.
En Los Ángeles, donde luce el sol una media
de 300 días al año, no son extraños los chaparrones el día de los Óscar y la
previsión indica que el domingo hay un 40% de probabilidad de chubascos.
A día de hoy, los encargados sopesan si será
necesario recubrir con carpas transparentes el recorrido de la alfombra y las
gradas aledañas en las que se sentarán y gritarán hasta perder la voz los 400
afortunados que ganaron su plaza por sorteo.
Desde allí tomarán fotos y, quizá, tengan la
ocasión de tocar con los dedos a uno de esos famosos de portada de revista.
George Clooney, por ejemplo, suele prodigarse con los fans.
Como buena producción de Hollywood, en los
Óscar tampoco faltan los figurantes que, vestidos como si estuvieran nominados,
se pasean por la alfombra para tapar huecos y ocupan sitios vacíos en el teatro
con el fin de que los espectadores disfruten en sus casas de la magia que
esperan de Hollywood.