Porque donde brota la vida y la justicia, solo debería entenderse el «manare» y «emanare», la vida humana, no es otra cosa que la maravillosa fuente que embellecerá con sutilísimas partículas, algo extremadamente hermoso y perdurable; la existencia eternamente bienaventurada, donde el gozo y la felicidad no dejan hueco alguno a la tristeza.